Nec laudibus nec timore, sed sola veritate

Cambio climático

Tiranía ecologista y pensamiento único

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

11 de diciembre de 2015

El ciudadano occidental del s. XXI se cree libre, pero no lo es. Le han hecho creer que la libertad consiste fundamentalmente en poder votar un día de cada 1.461 a unos señores que tendrán un poder prácticamente ilimitado los 1.460 días restantes. Anestesiado por esta libertad política, su libertad personal le viene siendo arrebatada lenta pero inexorablemente por los mismos a quienes elige, que sólo desean más y más poder. Una de las herramientas utilizadas por estos yonquis del poder es la tiranía de lo políticamente correcto, del pensamiento único, que persigue que el ciudadano no piense por sí mismo sino que se limite a aceptar como un borrego (“hombre que se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena”) lo que unos medios de comunicación, convertidos en correa de transmisión de la propaganda, repiten sin cesar. Si el sentido común o incluso datos irrefutables contradicen el pensamiento único, bastará el temor a verse expulsado de la manada para evitar que el ciudadano exprese públicamente su desacuerdo. Uno de los ejemplos más claros es el cambio climático.

Existe constancia científica de que el clima viene cambiando de forma cíclica y natural al menos desde hace un millón de años, por lo que no existe “el” cambio climático, sino “los” continuos cambios climáticos. Períodos de mayor temperatura son seguidos por períodos más fríos, en una unidad de medida que excede en mucho el año o la década y se aproxima más al milenio. Omitiendo con todo descaro que el clima ha variado cíclicamente por causas naturales desde el albor de los tiempos, la teoría del calentamiento climático de origen humano culpa a la acción humana (a través de las emisiones de CO2) del leve aumento de temperatura terrestre acaecido desde que finalizó la Pequeña Edad de Hielo (s. XIX). Sin embargo, en los últimos 10.000 años, la Tierra ha estado más caliente que hoy tanto en el Holoceno (hace unos 5.500 años) como, más recientemente, en el Período de Calentamiento Medieval (entre el s. X y XIV de nuestra era), mucho antes de la Revolución Industrial. Asimismo, la evidencia geológica muestra que históricamente los aumentos de CO2 en el planeta se han producido unos 800 años después de los aumentos de temperatura, lo que implica una relación causa-efecto inversa. El CO2 es una de las fuentes de vida del planeta, el principal alimento de las plantas: a mayor concentración de CO2, mayor crecimiento de los cereales que nos alimentan, por ejemplo. Nosotros mismos, cuando respiramos, exhalamos una concentración de CO2 que es 100 veces superior a la que existe en la atmósfera. ¿Cómo se ha podido demonizar de forma tan grotesca una de las fuentes de la vida en la Tierra? Nos cuentan que el debate está “cerrado”, porque hay un amplio “consenso”. Es falso: miles de científicos de todo el mundo cuestionan escépticos el origen humano de los cambios climáticos y exigen un debate abierto que se les niega de forma absolutamente totalitaria; muchos han sido amordazados, condenados al ostracismo y amenazados con la retirada de fondos de investigación en uno de los mayores ataques contra la libertad científica de la Historia. Si es falso que la temperatura actual de la Tierra no tenga precedentes o que sea determinada sólo por el CO2 causado por la actividad humana, si es falso que hasta hace poco el clima se encontrara en equilibrio (o que fuera el idóneo) y que “de no hacer nada” las temperaturas continuarán creciendo ad infinitum hasta que todos muramos en un cataclismo, y si es falso que todos los científicos opinan lo mismo, ¿qué está ocurriendo? ¿Quién tiene interés en asustarnos?

En primer lugar, la ONU, cuya vocación es convertirse en gobierno mundial no electo y que ha encontrado en el cambio climático la causa perfecta para dar un paso de gigante en esa dirección. En efecto, el principal instigador de esta teoría del cambio climático es el IPCC de la ONU, un organismo disfrazado de científico que en realidad es político y está controlado por unos pocos. En el mundo de la ciencia, cuando una hipótesis se somete a prueba con resultado negativo, dicha hipótesis se descarta. Los modelos predictivos del IPCC, basados en la exclusiva relación causa-efecto CO2-temperatura y que sorprendentemente excluyen causas naturales como la actividad solar, se han mostrado completamente equivocados durante 25 años, pero eso poco importa porque nos encontramos en el mundo de la política, donde todo vale. De hecho, el IPCC ha sido acusado repetidas veces de corrupción científica por sesgar la información que ofrece y omitir datos que no corroboren su sacrosanta hipótesis.

En segundo lugar, nos quiere asustar la industria de las energías renovables, que ha invertido un trillón de dólares en los últimos cinco años y que depende para sobrevivir de subvenciones decididas por los políticos, subvenciones que nacen exclusivamente del miedo creado alrededor del cambio climático. Que queramos sustituir unas fuentes de energía fiables, eficientes y baratas (más aún hoy en día, con el barril de petróleo a 40 dólares) por unas energías intermitentes, ineficientes y caras no sólo es estúpido sino también inmoral, puesto que negamos a los países en desarrollo lo que a nosotros nos fue tan útil y les condenamos a seguir en la pobreza.

Por último, quien más interés tiene en asustarnos es el movimiento ecologista mundial, el mismo que en los años 70 predecía un “enfriamiento global causado por la actividad industrial” (no es broma) después de la caída de la temperatura acaecida aproximadamente desde 1940 hasta 1975. Bajo la engañosa apariencia de defender un conservacionismo sensato que toda persona de buena voluntad defendería, una parte importante del ecologismo (la que manda) se ha convertido en un verdadero enemigo del hombre, a quien considera un virus de esa vieja diosa llamada madre Tierra, virus al que hay que eliminar. Ha colocado al hombre por debajo de los animales y de la naturaleza, y busca reducir la población del planeta por todos los medios posibles (incluyendo la promoción del aborto y la esterilización forzosa o dificultando la erradicación de enfermedades tropicales en países del Tercer Mundo, por ejemplo). Saben que una energía cara implica pobreza, y la pobreza, muerte. El fanatismo ecologista se ha convertido en una ideología totalitaria, en una secta apocalíptica que dice protegernos de una amenaza inventada por ellos mismos.

El Premio Nobel de Física Robert Laughlin afirma que las causas de los cambios climáticos son naturales y que “no tenemos poder para cambiar el clima”, mientras que el prestigioso físico atmosférico del M.I.T Richard Lindzen tiene claro que “el calentamiento global trata de política y de poder más que de ciencia”. Estoy de acuerdo, pero el tema es aún más siniestro: el cambio climático trata también de unas supuestas élites que juegan a ser Dios y se creen con derecho a decidir cuántos y quiénes podemos habitar nuestro bonito planeta, y quienes serán ricos y quiénes seguirán siendo pobres. No se dejen engañar con los ositos polares, el CO2, los hielos o las sequías. El planeta no corre peligro, pero nuestra libertad sí.

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