El largo reinado del PP en régimen de monopolio en todo el territorio situado a la derecha del socialismo ha convertido gradualmente a la dirección del partido en un grupo de personas unidas tan sólo por la esperanza de mando cuando les toque el turno y no por una ideología que ha ido diluyéndose con el paso del tiempo. La inexistencia de competidores (hasta ahora) y la arraigada creencia de que las elecciones las decide el voto fronterizo con el ala moderada del PSOE (y no el cambio de signo de la abstención) ha hecho que el PP fuera abandonando a su base electoral y transformándose en un partido de corte socialdemócrata. Con las desmesuradas traiciones e inacciones de Rajoy, este abandono se convirtió en abierto desprecio hacia lo que el partido consideraba sin más una masa de voto esclavo al que no ofrecía ni las migajas. Procurar obsesivamente no caer mal a quienes jamás te votarán mientras maltratas a quienes te quieren votar no parece la receta del éxito. En parte por confundir la mayoría absoluta del 2011 con un refrendo a ese desprecio (cuando en realidad era sólo un regalo de la crisis y un premio al populismo que exhibió criticando la necesaria congelación de pensiones de ZP), y en parte por esa arrogancia que desgraciadamente se había convertido en marca de la casa, el partido no ha sabido medir el alcance de la rebelión de sus votantes al no renegar abiertamente de las taras de la etapa anterior, única oportunidad seria de recuperar votos. El cambio de liderazgo ha sido involuntario y tardío y el rejuvenecimiento de la tropa parece sólo una operación de estética de un partido que, atrapado por las pegajosas telarañas del pasado, sigue siendo fundamentalmente el mismo. Aun siendo mejor opción que sus contrincantes en las primarias, el joven líder ha hecho casi toda su carrera bajo su antecesor y no se le conoce una sola crítica, queja o matiz a las decisiones (o indecisiones) de su exjefe, de quien llegó a decir que había hecho “el mayor impulso contra la corrupción de cualquier gobierno de la Europa moderna” (después del “Luis, sé fuerte, un abrazo”). La campaña a la que le han dirigido ha sido tan continuista y flojita que he llegado a dudar si había sido diseñada por topillos vasco-gallegos en misión de sabotaje: basculando entre emular a Vox y demonizarlo, se han centrado en recalentar el plato de la casa de Chez Rajoy, esto es, el voto del miedo (ahora llamado mentirosamente “útil”), esperando que sus votantes esclavos sean los únicos animales que tropiezan cuatro veces en la misma piedra. El PP evidentemente suscribe línea por línea todas las leyes de ingeniería social de Zapatero, aparenta ahora firmeza frente al desafío separatista y en lo económico y fiscal ha realizado algunas propuestas plausibles, pero también poco audaces, retomando esa promesa para tontos de crear no sé cuántos puestos de trabajo y dando sorprendentemente por bueno el tamaño del Estado. Su principal obstáculo, empero, es su falta de credibilidad; su mayor ventaja, la inercia de sus votantes y la fuerza de su marca; su mayor miedo, la sombra de la UCD.
“Estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros”. Esta frase de Groucho Marx parece describir a Ciudadanos. Deseando abrirse un hueco a codazos en el mitificado centro político, unas veces ponía el intermitente a la derecha y otras a la izquierda ante el desconcierto de los votantes que intentaban seguirle. C’s nació, creció y se multiplicó contra Rajoy y recibió un golpe casi letal con la moción de censura que sufrieron ambos. Desequilibrado al encontrarse súbitamente sin tan fácil sparring, no ha sabido encajar el golpe (Kipling: “si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso y tratar a esos dos impostores de la misma manera…”), y ahora su mayor preocupación es acabar como la estrella fugaz de UPyD. Campeón de la corrección política y afrancesado incluso en sus eslóganes, más allá de su meritorio buen hacer en Cataluña resulta difícil juzgar a un partido tan dúctil y veleidoso. Su programa económico es demasiado esquemático aunque contenga alguna pincelada interesante, pero su rancio programa fiscal, realizado desde la obsesión recaudatoria, indicia otro partido socialdemócrata más. Quizá lo más extraño de Ciudadanos sea la sumisión con que obedece todas las consignas ordenadas desde fuera por la agenda mundialista (aborto, eutanasia, género, feminismo, supranacionalismo…), al estilo de José Luis López Vázquez en Atraco a las Tres: “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…usted me manda lo que quiera…a sus pies…”. Le perjudica, en mi opinión, la autolesiva desincentivación de esos votantes naturales de C’s que son los muchos socialistas moderados y patriotas escandalizados por la aberración Sánchez, sus excesos al teatralizar el ninguneo y desprecio hacia un competidor legítimo como Vox (no hace lo mismo con Podemos) y el innecesario regalo de su marca municipal estrella a un político socialista francés quemado en su propio país y que cada vez que interviene hace gala de una pasmosa combinación de arrogancia e ignorancia sobre la realidad española.
El famoso experto de estrategia de Harvard Michael Porter definía estrategia competitiva simplemente como “ser diferente” y recomendaba competir no por ser el mejor, sino el único. En estas elecciones Vox es el diferente y además transmite la sensación de serlo por convicción. La sorpresa de los resultados de las elecciones andaluzas ha constituido un cambio de paradigma y ha desconcertado al poder establecido y al periodismo patrio que, con muy pocas excepciones, ha mostrado su peor faceta desinformadora y su generalizado adoctrinamiento izquierdista (que viene como equipamiento de serie) con un linchamiento que no pasará a los anales de la defensa de la verdad, la libertad y la democracia. Vox aparenta tener una base electoral variada que incluye, entre otros, a los liberales y conservadores a los que el PP echó en el 2008, a quienes se rebelan frente a la dictadura de lo políticamente correcto, a la derecha huérfana, al mundo del campo, a aquellos que exigen poner fin al secular entreguismo bipartidista con el separatismo y a quienes sólo buscan la novedad por hartazgo con el statu quo. Curiosamente, y con alguna salvedad, su programa fiscal y económico es, de lejos, el más serio y eficaz de los que se presentan y el único que afronta la previsible quiebra del sistema público de pensiones y plantea una (tímida) reducción del tamaño del Estado. Son también los únicos en oponerse a ese caro juguete de los políticos llamado Estado de las Autonomías, a la subversiva ley de Memoria Histórica o a la imposición de totalitarias leyes ideológicas contra la familia, y proponen la independencia del poder judicial y la eliminación de subvenciones a partidos y sindicatos. Está por ver si una vez obtenida su cuota de poder político (y sus subvenciones) mantendrán estas propuestas o serán institucionalizados.
No se puede ser equidistante entre el fuego y los bomberos. Quienes, como yo, vean una clara amenaza para España en Sánchez y sus compinches (los separatistas rebeldes con quienes se negocian presupuestos en la cárcel, los simpatizantes de terroristas y los comunistas bolivarianos amigos de dictaduras bananeras), tienen tres opciones distintas a las que poder votar con entera libertad. Estoy convencido de que los españoles haremos que pase este disparate, porque en estas elecciones se trata de elegir entre la decencia y la humillación, entre la ley y el cachondeo, entre España y quienes pretenden destruirla.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
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