Nec laudibus nec timore, sed sola veritate

Cambio climático

Falacias ecológicas: deshielo y nivel del mar

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

28 de septiembre de 2017

Sin crisis ecológicas reales o imaginarias, sin miedos ni amenazas inminentes, ¿cómo subsistiría el movimiento ecologista? En mi anterior artículo explicaba que el ecologismo actual no es más que una triste degeneración del movimiento conservacionista, originalmente bienvenido pero que ha sido paulatinamente infiltrado y contaminado por unas ideologías siniestras, por un fanatismo pagano y, cómo no, por el dinero. Definíamos el ecologismo actual como una suma conveniente de miedos y mentiras en las que los datos científicos son sofocados por una constante propaganda. Ésta es transmitida por medios de comunicación que, con las consabidas excepciones, mezclan en estos asuntos sesgos ideológicos, una ignorancia supina y el borreguismo de la corrección política. Pues bien, uno de los miedos más comúnmente esgrimidos por el ecologismo actual es la amenaza de un brutal aumento del nivel de los océanos causado por el derretimiento acelerado del hielo del planeta.

Las reservas de hielo del planeta (el Ártico, los glaciares, Groenlandia y la Antártida) se encuentran distribuidas de forma muy desigual. Si el volumen de hielo contenido en el Ártico es 1, el de los glaciares es 4, el de Groenlandia es 125 y el de la Antártida es 1.250. Para que quede claro: el Ártico tan sólo supone un 0,07% del volumen de hielo del planeta, mientras que la Antártida supone el 91% y Groenlandia casi el 9% restante, si redondeamos. La superficie helada del Ártico es muy inestable y sufre enormes variaciones naturales entre sus máximos invernales y sus mínimos veraniegos, cuando cada año el hielo se reduce en un 75%. Desde 1979, primer año en que contamos con satélites y un año particularmente frío (la Tierra sufrió un enfriamiento global entre 1940 y 1975), el volumen medio de hielo del Ártico ha disminuido entre un 25% y un 30%. Las causas no son tan evidentes como pudiera parecer e incluyen fenómenos poco comprendidos como las oscilaciones y las corrientes oceánicas. En efecto, la temperatura del aire en el Ártico disminuyó desde 1979 hasta 1993, aumentó hasta el 2005 y se ha mantenido más o menos estable desde entonces, mientras que la temperatura del agua de los océanos, que sólo conocemos con fiabilidad desde el despliegue del sistema de boyas Argo entre el 2000 y el 2007, sólo ha aumentado un 0,02ºC por década (o sea, nada), habiéndose enfriado, para colmo, en el hemisferio norte. Los datos brutos de las boyas Argo mostraban un ligerísimo enfriamiento de todos los océanos del planeta, pero fueron “ajustados” a posteriori al no encajar en el dogma del calentamiento global (estos sospechosos ajustes, siempre en la misma dirección, no son infrecuentes). Por cierto, el derretimiento del hielo ártico, que flota, prácticamente no produce aumento alguno  en el nivel del mar (principio de Arquímedes).

Groenlandia era una isla que tenía pastos cuando la poblaron los vikingos en el Período Caliente Medieval (s. X-XIV), período, oh sorpresa, durante el cual la temperatura del planeta era superior a la actual. Su capa de hielo, de 2,5 kilómetros de espesor, se está derritiendo a un ritmo imperceptible, estimándose que en los próximos 100 años habrá perdido el 0,8% de su volumen. ¿Y qué pasa con el hielo de la inhóspita Antártida, donde la temperatura media en el trimestre más frío es de 63ºC bajo cero y cuyas temperaturas permanecen estables desde 1979 (otro incómodo dato)? Pues agárrense: a finales del 2015, un estudio de la NASA basado en datos de satélite concluyó que la Antártida llevaba casi tres décadas ganando hielo, incrementándolo en 100 billones de toneladas anuales (lo que implica que se estaría detrayendo agua de los océanos). Pero ¿y el enorme iceberg que se desprendió hace unos meses? ¿No es prueba irrefutable del derretimiento antártico provocado por el calentamiento global? Pues no: el glaciólogo responsable del proyecto MIDAS que estudia en la Antártida el impacto del calentamiento global sobre el hielo, Dr. O’Leary, afirmó públicamente que se trataba de “un evento natural que no guarda relación alguna con el cambio climático” (sospecho, querido lector, que no leyó estas declaraciones en ningún periódico). Déjenme que les relate una divertida anécdota. Hace un par de años una expedición compuesta por científicos y ecologistas fletó un barco para comprobar el adelgazamiento del hielo marino que rodea el continente antártico. No pudo llegar a su destino…al quedar atrapado por el hielo. Un rompehielos fue enviado en su rescate, pero no pudo alcanzarlo…por el grosor del hielo. Finalmente, fueron evacuados por un helicóptero, que naturalmente utilizaba combustibles fósiles. Ningún ecologista protestó.

En conclusión, los datos apuntan a que los hielos del planeta se están derritiendo a un ritmo natural que encaja perfectamente en el período interglaciar en que nos encontramos, ritmo tan increíblemente lento que tardarían aproximadamente 200.000 años en derretirse por completo.

Naturalmente también han oído hablar del aumento del nivel del mar. Todos hemos visto películas en las que una ola gigante barre la ciudad de Nueva York. ¿Cuánto tiene esto de temor fundado y cuánto de ficción? Sabemos que desde la última glaciación hace 18.000 años, el nivel de los océanos ha aumentado unos 120 metros, aunque hace 6.000 años el aumento se frenó drásticamente. Permítanme que les presente a uno de los mayores expertos mundiales en el tema, el geólogo Dr. Nils-Axel Mörner, en su día jefe del departamento de Paleogeofísica de la Universidad de Estocolmo y anterior presidente de la Comisión INQUA de Nivel del Mar y Evolución Costera, quien lleva 40 años estudiando los niveles del mar y ha publicado en su carrera 547 artículos sobre esta cuestión en publicaciones científicas especializadas. Este experto lleva años afirmando que aunque desde 1850 hasta 1940 el nivel del mar aumentó 1 milímetro al año, desde entonces las observaciones sobre el terreno indicaban que no había habido aumento del mismo, confirmándolo los datos brutos por satélite más recientes: “si se va alrededor del  mundo, no se encuentra ningún aumento del nivel del mar, pero ellos necesitan mostrar un aumento, porque sin aumento no hay amenaza de muerte”. La sorpresa del Dr. Mörner fue enorme cuando se estableció un “factor corrector” en los datos recibidos por los satélites para que el nivel del mar mostrara una tendencia al alza, una «falsificación de los datos» en toda regla, según él (¿les resulta familiar?). Este experto fue contratado como jefe del Proyecto Maldivas, que buscaba establecer que dicho archipiélago se estaba hundiendo poco a poco en el mar (por culpa del calentamiento global). En sus viajes a las islas, el Dr. Mörner no encontró evidencia alguna de ello, pero el Gobierno de Maldivas prohibió la publicidad de los resultados porque “creyeron que perderían dinero”, en forma de fondos de la ONU que esperaban percibir por ser “víctimas” del calentamiento global. Incluso los informes más proclives a la consigna ecologista indican que muy probablemente en los últimos 100 años el nivel del mar habría aumentado entre 1 y 2mm anuales. Si utilizamos el rango bajo de este ritmo de crecimiento, desde que Colón descubriera América el nivel del mar habría aumentado medio metro, algo más de dos palmos, en 500 años. Que no les quite el sueño.

 

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