Nec laudibus nec timore, sed sola veritate

Economía

España a la deriva

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

18 de febrero de 2016

La actual situación política es sumamente preocupante. Quede claro que el problema no es el marasmo de inactividad legislativa. En este Estado de Bienestar que nos arrastra engañados hacia un totalitarismo encubierto, gobernar se confunde con legislar, y legislar con esclavizar al ciudadano a través de una tiranía regulatoria literalmente insoportable, donde el Derecho y la Justicia reciben continuas puñaladas traperas por parte de una opresiva y maltratadora Legislación. El problema es otro: la posibilidad de que el partido leninista venezolano pueda ser aupado al poder, lo que coloca a España verdaderamente al borde del precipicio.

La obtención del 13% de votos del partido leninista, al que hay que sumar un 7% de sus socios independentistas, es a la vez enfermedad y síntoma de enfermedad. Es enfermedad porque sus dirigentes no han ocultado su admiración por tiranos bananeros o por sangrientos dictadores comunistas, han banalizado empáticamente el terrorismo y han hecho referencias “teóricas” a la legitimidad del uso de la violencia para mantenerse en el poder. Han asesorado al régimen venezolano, que se encuentra entre los diez más corruptos del mundo según la lista de Transparencia Internacional, donde el número 1 es el país más limpio (Dinamarca) y el 168 el más corrupto (Somalia). España ocupa el puesto 38, horrorosamente elevado para un país occidental pero alejado de niveles sudamericanos o africanos. Venezuela, señores, ocupa el puesto 159. Mientras zanganeaban por aquel país, los leninistas españoles no dijeron ni mu sobre aquella corrupción, pero aquí se quedan afónicos denunciando la nuestra. En realidad a ellos la corrupción les importa un bledo: es sólo el eslogan que consideran hoy más eficaz para obtener el poder (podría haber sido la guerra de Irak o la de Cuba). Es más: yo no tengo la menor duda de que en caso de que accedieran al poder la corrupción se multiplicaría por diez. No en balde su caudillo defendía que Venezuela era “una referencia fundamental para los ciudadanos del sur de Europa”. Un modelo, vaya. Pues bien, que quede claro que el «modelo» es extremadamente corrupto. En Venezuela, por cierto, también hay carestía de alimentos básicos y medicinas, y los precios se multiplicaron por cuatro en el 2015 (la mayor inflación del mundo), por lo que el «modelo» también ha empobrecido tremendamente al pueblo. En Venezuela las leyes se cambiaron para perpetuar en el poder al populismo, y los opositores son encarcelados. Sí, en el “modelo” la libertad brilla por su ausencia. Por último, en Venezuela se cometen 25.000 asesinatos al año: Caracas es ya la ciudad más violenta del mundo. Abran los ojos: éste es el «modelo», extremadamente violento. España, en marcado contraste, es hoy uno de los países con menor número de homicidios del mundo (300 al año), junto a Suiza. Entonces, ¿cómo puede un partido con este bagaje, que nunca debió ser considerado una alternativa democrática legítima, haber obtenido tanto apoyo? Por un lado, los indicios apuntan a que desde el actual gobierno se les ha facilitado el acceso a los medios de comunicación con el miope e irresponsable objetivo de dividir el voto de la izquierda (debilitando al partido socialista) y de crear simultáneamente un voto del miedo que superara la abstención del hartazgo. La misteriosa aparición y desaparición después del 20-D de supuestos informes policiales sobre la presunta financiación ilegal del partido leninista provocan la sensación de que el apoyo del partido en el gobierno a los leninistas puede haber ido mucho más lejos. Pero sin duda el partido leninista ha obtenido este apoyo porque es también síntoma de la enfermedad que aqueja al régimen del 78, que hace agua por todas partes. El sistema necesita de una reforma en profundidad, controlada desde el imperio de la ley, pero que debe ser sincera y decidida. La insoportable corrupción no es sino otro síntoma. La causa última es el exceso de poder arbitrario del Estado, la falta de independencia de la Justicia y la consiguiente sensación de impunidad, la fagocitación de las instituciones por parte de los partidos políticos, la ausencia de transparencia en la gestión del dinero público y la debilidad y dejación del cuarto poder. El sistema debe ser reformado desde dentro en la dirección adecuada y con magnanimidad. Si por el contrario el inmovilismo, los intereses creados y la cortedad de miras impiden tal reforma, el leninismo puede acceder al poder y sobrevendrán el caos, la violencia y el subdesarrollo, de nuevo.

Para desatar este nudo gordiano existen varios obstáculos. El presidente en disfunciones, por ejemplo, se ha convertido lamentablemente en un caso paradigmático de patología del poder. Lleva 35 años en política, 12 de ellos en el Gobierno y 4 de Presidente, pero no debe ser suficiente. Ha tomado a España como rehén y se parapeta tras ella para lograr continuar, como sea. Su candidatura restó quizá 25 escaños a su partido y sigue sin contemplar irse. Incluso cuando está en juego el acceso al poder de quienes son un peligro para nuestra democracia, una amenaza evidente para cualquiera salvo para la minoría radical, o para el ignorante y el frívolo (o para muchos  periodistas españoles), el presidente se enroca y proclama “l’État, c’est moi”, supeditando todo a su permanencia en el poder. Su figura se ha convertido, tristemente, en un chicle en el zapato para su partido y para el país. A pesar de ello, ni una voz se levanta en su partido, donde todos actúan como droides repitiendo “roger, roger” a cuantas órdenes reciban, por estrafalarias y contrarias a la verdad y al sentido común que sean.

¿Qué decir del blandito candidato novato del socialismo, tan renuente a las ideas sensatas e incapaz de poner límites al maltrato leninista? Comparte con el presidente en disfunciones la ambición ciega, la alergia a la dimisión (después de haber sacado el peor resultado de la historia de su partido) y el escaso apego a la palabra dada. ¿Acaso no afirmó que “nunca” pactaría con el populismo porque “el final del populismo es la Venezuela de Chávez”, esto es, “la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia (…)”? ¿Ahora sí quiere para España la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, añado yo, la salida del euro, la expropiación de pisos y la violencia en las calles? ¿Creerá que con el populismo superaremos los gravísimos problemas a los que nos enfrentamos y que el paro se reducirá mientras suspendemos pagos y entramos en la anarquía?

Es hora de despertar. Hay que actuar con generosidad y responsabilidad, con dimisiones y abstenciones de unos u otros que impidan el acceso al poder de los enemigos de la libertad y de la concordia, sin caer en la torpeza de convertirlos en líderes de la oposición. Pero también es hora de reformar el sistema en profundidad, de devolver grados de libertad robados a la sociedad civil, de crear eficientes contrapoderes al abuso partidista y de modernizar España. ¿Nos hundirán en las arenas movedizas la vanidad de unos pocos y el silencio corresponsable de tantos?

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