Si en circunstancias normales el ciudadano adulto de una democracia adulta debe mostrarse escéptico frente a cuanto dicen los políticos y su corte de periodistas afines, en tiempo de elecciones debe blindarse con una coraza de incredulidad ante la agresividad de las manipulaciones de unos y otros. Un ejemplo claro es la nerviosa ofensiva por el voto útil desplegada por el Partido Popular, medios de comunicación amigos y cariñosas empresas demoscópicas, que andan paseando la ley D’Hondt como un fetiche para asustar a las viejecitas con el argumento de que votar a otros implica asegurar la permanencia en el poder del actual socialismo vendepatrias.
El ciudadano adulto sabe que los políticos son frecuentemente escoltados por periodistas amiguetes enviciados por su compadreo con el poder, ante el que sacrifican su independencia y su respeto a la verdad. En la prensa generalista los ejemplos de periodismo descaradamente militante son patentes, a diestra y siniestra, con medios convertidos a menudo en órganos de propaganda del partido al que apoyan. A modo de ejemplo, el mismo periodista que ahora aboga por el “voto útil” en beneficio del PP (“Votar a Vox es votar a Sánchez”), criticaba hace pocos meses el mismo concepto de voto útil cuando el perjudicado era el PP de Cataluña escribiendo lo siguiente: “Ciudadanos argumentó en esas elecciones que el verdadero voto útil frente al secesionismo era votar por ellos. Cinco meses después, la sensación es que ese fue, más bien, un voto inútil”. Y añadía: “De hecho, el voto más útil de todo el constitucionalismo es el único diputado que sacó el PP en Tarragona. Menos mal que allí no se impuso el voto útil”. Es decir, que si el voto útil beneficia al PP, es bueno, y si le perjudica, es malo.
En realidad, estas llamadas al voto útil son paparruchas que no debemos tomarnos en serio, meras consignas caraduras de propaganda electoral. De hecho, con la lógica de D’Hondt es al revés: el votante racional que esté dudando a qué partido votar en el Congreso de los Diputados para echar a Sánchez no debería decantarse por el a priori más fuerte (PP) sino por el a priori más débil (Vox), para asegurarse que quede en tercera o cuarta posición. No animo a todos a hacer lo mismo, porque entonces PP o C’s se convertirían en los más débiles y nada habríamos resuelto (problema circular típico de la teoría de la reflexividad, en la que la acción de los participantes, que desconocen el resultado futuro pero tratan de predecirlo, influye en ese mismo futuro que tratan inútilmente de predecir). Por lo tanto, con la ley D’Hondt y la circunscripción provincial lo óptimo para echar del poder a Sánchez es que ni PP, ni Ciudadanos ni Vox obtengan un resultado descolgado y mediocre. Centrémonos por un momento en el recién llegado, que según dicen tiene menor intención de voto. Vox obtuvo un 11% de los votos en las recientes elecciones andaluzas, y lo logró partiendo de cero y contra todo pronóstico, por lo que ahora, con mayor visibilidad e inercia, es probable que en las elecciones generales obtenga un porcentaje claramente superior. Además, no todos los votos de Vox provienen del PP: encuestas posteriores a las elecciones andaluzas corroboran que sólo dos tercios de sus votos provienen del PP o de C’s, y un tercio de otros partidos o de la abstención. Pero es que, además, una cosa es a quién se quita votos y otra, muy diferente, a quién se quita escaños (ver Expansión del 26-3-2019). Esto significa, caramba, que una vez que los tres han decidido presentarse y que los tres tienen una razonable expectativa de voto, como es el caso, pedir la marginación de cualquiera de ellos reduce, no aumenta, la posibilidad de echar al incalificable Sánchez.
Esta torpe y miope táctica electoral de canibalizar el voto amigo no es nueva. En la campaña de las elecciones andaluzas, hace sólo cuatro meses, el PP repetía la misma cantinela: su candidato afirmaba sin rubor que “por la ley D’Hondt (…) votar a Vox es votar al PSOE o dar un nuevo escaño a Podemos”, y el jefe de campaña apostillaba como un loro que “un voto a Vox suponen cuatro años más del PSOE” (¿les suena?). Tenemos otro ejemplo en las últimas elecciones autonómicas catalanas. En esta ocasión fue Ciudadanos quien utilizó el engaño del voto útil a costa del PP. Los populares, por cierto, parecían entonces menos partidarios del voto útil, más preocupados por sus propios intereses que por echar a los independentistas concentrando el voto en otro. Adivinen lo que decía el candidato popular en Cataluña: “la ley electoral puede hacer que un voto de Ciudadanos beneficie a la CUP”. Qué creativos.
El voto “útil” puede volverse como un boomerang contra quien lo lanza, dado que lo “útil” para un partido puede ser “inútil” para España, por estéril, y el “votante útil” (en realidad votante esclavo, coaccionado y desganado) puede evocar su experiencia como “votante Kleenex”, utilizable y desechable. Por ejemplo, ¿fue útil votar al PP para que bajara los impuestos y eliminara la ley de Memoria Histórica y las leyes de ingeniería social de Zapatero, como había prometido hasta la afonía incluso encabezando hipócritas manifestaciones, o para que evitara el ascenso de la amenaza leninista bolivariana, o para que impidiera la celebración de un referéndum ilegal en Cataluña? No: el PP subió los impuestos y se jactó de ello (Montoro: “me río porque hemos desconcertado a la izquierda”), no tocó una sola coma de las leyes de Zapatero a pesar de su mayoría absoluta, aupó irresponsablemente a Podemos para provocar el voto del miedo y permitió, por vagancia, cobardía o ineptitud (¿por qué elegir?), no uno, sino dos referéndum ilegales en Cataluña.
En el Congreso del PP de 2008 en que comenzó el declive del partido (enmascarado por la mayoría absoluta que le regaló la brutal crisis económica), Rajoy espetó desdeñosamente: “Y si alguien se quiere ir al partido liberal o al partido conservador, que se vaya.” Ahora que ya se han ido, insistir en el voto del miedo, marca indeleble del PP de la última década, es un craso error que hace sospechar que la supuesta renovación del partido no es más que una manita de pintura, a ver si cuela. ¿Por qué el nuevo liderazgo del PP mantiene los viejos tics? La respuesta más probable, me temo, es descorazonadora. El próximo 28 de abril no se celebran sólo elecciones generales, sino también elecciones para elegir qué partido liderará la alternativa al socialismo. Pues bien, el PP aparenta estar más preocupado por no perder estas segundas elecciones que por ganar las primeras, o sea, más preocupado por seguir siendo alternativa de poder (algún día) que por echar a Sánchez ya, si es otro quien lo protagoniza. Es decir, parece que le importa más ganar a Ciudadanos y a Vox antes que al PSOE. De ahí su énfasis en el voto útil.
Querido lector: vote a quien quiera por convicción, pero no por miedo. Vote con libertad y sin culpa a aquella formación que, en su opinión, mejor defienda el bien común de España y la verdad. Nunca ha habido tantas opciones, lo cual es bueno: aprovéchelo y recuerde que los que le intimidan con el voto útil, los que quieren arrebatarle mediante el engaño su derecho a votar en libertad, sólo piensan en sí mismos, no en usted ni en España.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
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