Einstein definía la insensatez como la repetición de un mismo comportamiento una y otra vez esperando lograr resultados diferentes. Europa encaja perfectamente en esta definición. Verán por qué. El mundo no se fía de Europa y, en particular, no se fía de la salud de su sistema financiero. Para intentar disipar dichas dudas, la burocracia de la UE ha hecho lo que más le gusta hacer, esto es, crear un nuevo organismo (la European Banking Authority o EBA), al que han puesto a trabajar haciendo stress test para averiguar cuánto capital adicional necesitaría la banca europea ante escenarios que los euro-fundamentalistas llaman adversos e improbables y las personas normales llaman realistas. En julio del 2011 la EBA se estrenó estimando unas necesidades de capital para la banca europea de 2.500 millones de euros, afectando a 8 entidades. Raro, raro, raro. Tan sólo seis meses más tarde, un segundo stress test elevaba esas cifras a 115.000 millones (26.000 correspondiendo a España) y 31 entidades, al elevar el ratio de capital exigible a una cifra más creíble. Dexia, por cierto, pasó este examen y noventa días después tuvo que ser nacionalizada por los gobiernos de Francia y Bélgica. Finalmente, en mayo de 2012 la UE anunciaba un fondo de ayuda para la banca española de 100.000 millones de euros, cuatro veces, cuatro, lo estimado cinco meses antes.
En el manual del político europeo hay un capítulo sobre cómo hacer stress test y quedar bien. Es una receta fácil, accesible para el euro-fundamentalista medio, pues consta de sólo dos ingredientes: hipótesis blanditas y ratios de capital bajos. Así nos aseguramos que el resultado siempre será económicamente inútil pero políticamente correcto. Siguiendo esta receta, España, bajo la estrecha tutela de la UE, ha contratado a una consultora “independiente” para dar una visión naturalmente “independiente” y “definitiva” de la salud de su sistema financiero. El resultado ha sido el informe de Oliver Wyman.
En este informe hay tres actores: por un lado, la propia consultora que, según se desprende del taxativo disclaimer, se ha limitado a consolidar y presentar los datos suministrados por terceros sin comprobar su verosimilitud. Por otro lado, los suministradores de datos: el propio Gobierno, las tasadoras, las auditoras y los bancos. Por último y controlando cada paso está el Comité Estratégico, los que mandan, formado por el Gobierno español, la Unión Europea y el FMI. Permítanme que llame a este comité el komissar o comisario político del informe, y es el komissar quien ha decidido las hipótesis de escenarios futuros que condicionan los resultados del mismo. Los americanos llaman “goal seeking” a prefijar un resultado y buscar luego de qué hipótesis hay que partir para obtener dicho resultado predeterminado. Pues bien, me temo que las hipótesis elegidas huelen en ocasiones a eso: el escenario base es tan rosa que ya se ha quedado obsoleto y el escenario adverso, más realista, contempla caídas de la vivienda inferiores a las calculadas recientemente por Funcas o a las sufridas en países con burbujas similares como Irlanda.
Da la sensación de que el proceso de obtención de datos para este informe ha sido serio y minucioso, y su presentación goza de una infrecuente claridad expositiva. Sin embargo, todas las ventajas de un proceso tan laborioso, detallado y potencialmente útil quedan tristemente lastradas por una elección de escenarios demasiado benévolos, por una evaluación de riesgo no exhaustiva y por una sorprendente elección de un ratio de capital mínimo (CT1) completamente arbitrario. Esto último, en concreto, se parece demasiado a un maquillaje algo burdo de la cifra final de necesidades de recapitalización, ya saben, la que la máquina de propaganda habitual se encarga de repetir machaconamente.
Por todo ello, el informe no ha tenido ni mucho menos el caluroso recibimiento que tanto necesitábamos. Los mercados bostezan, Moody’s estima que se ha quedado muy corto, el Wall Street Journal y el Financial Times se muestran “escépticos”, The Economist se hace eco de analistas que “dudan” del mismo y el Harvard Business Review publica un artículo que dice que, a ojo de buen cubero, el ejemplo de Irlanda invita a añadir un cero a cualquier cifra que diga el Gobierno español (una exageración que muestra nuestra total pérdida de credibilidad). Los únicos entusiasmados, cómo no, han sido los euro-fundamentalistas, empeñados en mantener la pantomima europea. La política del avestruz tan propia de la UE, en permanente huida de la realidad, les hace temer que de saberse el verdadero tamaño del Gran Agujero de la banca española se pondría de manifiesto el Enorme Agujero de la banca europea, lo que conllevaría el inmediato fracaso de su experimento político.
Las noticias que nos llegan del “banco malo” pueden convertirlo en otro ejemplo de huida de la realidad. La aparente ausencia de verdaderos inversores privados y el largo plazo estimado para su liquidación, contrariamente a lo anunciado en origen, conduce a sospechar de la corrección de la valoración de los activos traspasados. Es esencial que se valoren a precios de mercado, como rotundamente insisten los países nórdicos que lidiaron con éxito su propia crisis bancaria hace dos décadas. Si al final los pocos bancos sanos se ven obligados a entrar en el capital del “banco malo” (dudo mucho que lo hagan voluntariamente), no se tratará de una entrada de inversores privados, sino de una redistribución de los activos tóxicos, que pasarían de la parte quebrada del sector a la minoría aparentemente sana. En mi opinión, es exactamente lo contrario de lo que debería hacerse, que es preservar el pequeño reducto sano del sector financiero a salvo de toda mancha, y no extender la gangrena. Ni hace falta ni hay que empeñarse en salvar a todo el sector, sino concentrar los esfuerzos en conseguir que la solvencia de cinco o seis entidades quede absolutamente fuera de toda duda, y comenzar a reconstruir de nuevo desde ahí.
Hay un viejo dicho: más vale una roja que ciento amarilla. ¿Por qué empeñarnos en hacer lo contrario? No perdamos otra oportunidad de generar confianza. Sugiero al Gobierno que, en pro de esa transparencia de la que tanto habla, haga accesible al público en una página web el modelo utilizado por el informe de Oliver. De este modo, cualquier analista o ciudadano (ya saben, los que vamos a pagar, que algún derecho tendremos) podrá introducir libremente el escenario que crea más plausible y el ratio de capital que desee. Me parece una forma de disipar las dudas.
España puede salir adelante, pero para ello tenemos que atrevernos a tener personalidad propia y ser diferentes. Tenemos, en definitiva, que dejar de afrontar esta crisis a la europea. Con sus usuales secretismos y maniobras dilatorias, la UE cree ganar tiempo, pero en realidad lo está perdiendo; cree que engaña a alguien, pero sólo se engaña a sí misma. Negar, ocultar y posponer: Europa está siguiendo el camino de Japón, que más de veinte años después sigue sin remontar su burbuja. El resultado será el mismo. Si se sacude sus complejos, España tiene una oportunidad histórica de seguir un camino distinto.