El gran filósofo George Santayana escribió una frase memorable: “El escepticismo es la castidad del intelecto, y es una vergüenza entregarlo demasiado pronto o al primero que se nos presenta.” Recientemente se han publicado las cifras de déficit público de España del ejercicio 2012 y todo el mundo se felicita. ¿Debemos entregarnos sin más a un seguidismo ciego o es sano mostrar cierto escepticismo? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de propaganda en tildar de éxito estos resultados?
En los países normales el déficit sobre el PIB es simplemente un número. Como Spain is different, nosotros necesitamos de una fórmula para decir cuál ha sido el déficit del pasado año: 6,7%+3,3%=10%. Es decir, déficit sin el rescate de las cajas de ahorro + dicho rescate = déficit total. Quizá crean ustedes que se dividen las cifras para que éstas parezcan menores; es posible, pero no lo creo: todo gobierno de ideología socialista, incluyendo nuestro actual Gobierno, cree que los déficits no importan (y lo sigue creyendo exactamente hasta la víspera de la suspensión de pagos). A nuestro Gobierno sólo parece preocuparle el déficit en la medida en que pueda superar la cifra que obligaría a la UE a sancionarnos, y quizá no tanto por la sanción como por el daño político a su propia imagen. Mientras eso no ocurra da igual que el déficit sea alto o bajo, cierto o dudoso, conveniente para el futuro de España o no. Pero lo increíble del asunto, dada la fanfarria con que se han publicado los datos, es que aun librándonos de la sanción, incumplimos por tercera vez lo prometido a Europa. El Gobierno actual pidió en marzo del 2012 relajar el anterior objetivo del 4,4% de déficit sobre PIB, y Europa accedió a subirlo al 5,3%. El ministro de Hacienda afirmó entonces: «España será fiable en el 2012 por el cumplimiento del total del 5,3% como máximo de déficit público sobre su PIB”. La vicepresidenta del Gobierno no le fue a la zaga, y añadió que este país iba a cumplir con el 5,3% de déficit «sí o sí (…)”. Añadió: “España tiene palabra y lo va a demostrar». Pocos meses más tarde, ante el fallo masivo de todas sus previsiones macroeconómicas, el Gobierno español demostró que España no tenía palabra y solicitó y logró de Bruselas que subieran de nuevo el objetivo del 5,3% al 6,3% sobre PIB. No creo que esto fuera una buena noticia: una Europa donde ya nadie cumple ninguna regla y donde las condiciones que se imponen a los países se van suavizando conforme el infractor las va incumpliendo no incentiva precisamente la disciplina fiscal. Pero como éste es el Gobierno de las mini-reformitas, con las mini-exigencias se encuentra como en su salsa, y acogió el cambio con alegría, lo que no le ha impedido incumplir finalmente su palabra por segunda vez en menos de un año. Resulta francamente chocante que con semejante historial se hiciera el anuncio del déficit con tanta arrogancia, y no con cierta circunspección y humildad.
Por otro lado, ¿responde la cifra publicada a un cálculo prudente y fiable? ¿Es creíble? Miren, las cifras oficiales tienen un incomprensible aura de respetabilidad, contra toda evidencia. Si en una empresa pequeña existe margen contable (legal) para presentar unos resultados u otros, imaginen ustedes lo que ocurre con los complejos agregados macroeconómicos. Hagamos, pues, un ejercicio de escepticismo: ¿por qué habría yo de dar por bueno el dato de déficit? En primer lugar, proviene de un Gobierno que falta a su palabra con tanta frecuencia que es difícil seguirle la pista (superando incluso a su antecesor, que ya es decir); respecto a las cifras autonómicas, ¿debo fiarme sin más de lo que me diga el de los falsos EREs, por ejemplo? En segundo lugar, el déficit no es auditado por auditoría externa e independiente. Eurostat ni recoge ni audita los datos, sino que homologa los que le entregan los Gobiernos europeos (por ejemplo, dando por buenos los datos fraudulentos de Grecia o del anterior Gobierno español). En tercer lugar, si mienten en las cifras, no les pasa nada. Recuerden que, según el Gobierno actual, el anterior engañó con las cifras de déficit del 2011, que resultó no ser del 6% sino el 9,4% sobre PIB. Pues bien: no se exigió responsabilidad alguna. En la empresa privada algo semejante podría asimilarse a falsificación de cuentas anuales o estafa a los inversores (con penas de hasta 4 años de prisión), pero en el mundo privilegiado de los políticos la impunidad es la norma. Este perverso sistema de incentivos (no auditoría, no responsabilidad) debería hacer que siempre recibiéramos las cifras oficiales con cierta frialdad.
Pero incluso dándolo por bueno, no debemos olvidar que este Gobierno sólo ha sido capaz de alcanzar un déficit del 6,7%+3,3%=10% después de subir el IRPF (un mes después de prometer que no lo haría), de subir el IVA (tres meses después de decir que no lo tocaría “para no perjudicar el consumo y la recuperación económica”), de quitar a los funcionarios in extremis la paga extra que les correspondía por contrato, y de posponer las devoluciones del IVA hasta enero cual buen prestidigitador. A ver qué hacen en el 2013. ¿Se les ocurrirá atajar el despilfarro, acabar con las administraciones y las miles de empresas públicas y ayuntamientos que sobran o eliminar las famosas duplicidades que el Presidente del Gobierno mencionó hace más de un año? La bola (en su más amplio sentido) crece, la economía empeora, los impuestos y regulaciones asfixian al sector privado, la pesadilla autonómica continúa y el sector financiero requerirá con toda probabilidad de más rescates (Nota: la vivienda ha caído en el 2012 casi el doble de lo que estimaba el informe de Oliver Wyman).
La jactancia que rodeó la publicación del déficit contrasta con la furtiva publicación del alarmante dato de deuda pública, que ha aumentado en el 2012 un 15% del PIB, el mayor aumento de toda la OCDE, según creo. Ya saben que los economistas se obsesionan con las variables flujo ignorando las variables fondo (uno de los motivos por los que no supieron prever la crisis actual), pero éste es un dato de tremenda importancia. A este ritmo, la deuda pública alcanzará el 100% del PIB el año que viene. Recuerden que, con un endeudamiento mucho menor, España estuvo al borde de la suspensión de pagos en el 2010 y de nuevo a mediados el 2012, cuando nos salvó una declaración de intenciones del Banco Central Europeo. Naturalmente, nuestro Gobierno, preso de una fatal combinación de altanería y complacencia, cree que nos hemos salvado gracias a sus mini-reformitas, confundiendo la tregua de los mercados con el final de las hostilidades. Dicha tregua puede hacernos creer que nuestra suspensión de pagos (léase otro rescate) es hoy inverosímil. Sin embargo, la realidad es que España sigue siendo un enfermo en situación crítica conectado a la respiración artificial del BCE. Ojo.
En fin, creo que el Gobierno tiene mucho menos control sobre las finanzas públicas del que aparenta tener, y que sigue sin entender ni querer entender que el tamaño del Estado en España es insostenible. Por ello, estimo que la probabilidad de cumplir con nuestro objetivo de déficit del 2013 es cero o, para que quede claro, 0,0%+0,0%=0,0%. Sospecho, además, que, como no sabe hacer otra cosa, el Gobierno seguirá subiendo los impuestos en cuanto se reediten sus recurrentes errores de previsión, empeorando aún más la situación. Necesitamos un urgente cambio de rumbo, pero dudo que esta tripulación quiera o sepa hacerlo.