Por su interés reproduzco un artículo del Profesor Richard Lindzen (Expansión 19-9-19) que en mi opinión es el mejor que se ha escrito en prensa española sobre el tema. El Prof. Lindzen es uno de los más respetados físicos atmosféricos del mundo. Doctorado en Harvard en Física y Matemática Aplicada. Profesor en la Universidad de Harvard. De 1983 a 2013 Catedrático de Ciencias Atmosféricas (cátedra Alfred P. Sloan) en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Ha publicado más de 200 investigaciones científicas y libros. Autor principal del capítulo 7 (Procesos Físicos del Clima) del Tercer Informe del IPCC. Con permiso del autor.
Alarmismo climático y la irrelevancia de la ciencia
Como científico que ha trabajado en los problemas de la ciencia atmosférica y el clima durante más de 50 años, me pregunto si hay algo en lo que la ciencia pueda contribuir al discurso público actual sobre el catastrófico cambio climático provocado por el hombre. Lo que quiero decir es que se trata de una cuestión política y, como tal, está en manos del público y, más concretamente, de la clase política. En su mayor parte, estos grupos ignoran la ciencia del clima o incluso lo que es la ciencia. Enfrentados a información contradictoria, pueden elegir lo que quieren creer, o utilizar como muletilla la falsa afirmación de que «el 97% de los científicos están de acuerdo».
Un ejemplo sencillo ilustra el problema. El año 1998 marcó un máximo de temperaturas globales, que se miden como la desviación de la media de los últimos treinta años en cada estación. Pero en las dos décadas transcurridas desde entonces, no ha habido una tendencia significativa de aumento de temperaturas, y los cambios que se han producido son generalmente mucho menores de lo que los modelos proyectaron. Claro está que ha habido pequeñas fluctuaciones de temperaturas y que hubo un pico asociado con El Niño en 2014-16 seguido de un descenso en las mismas. Muchos científicos de ambos lados del debate se refirieron a esta falta de tendencia como la «pausa». Sin embargo, los que promueven el alarmismo respondieron con la afirmación de que muchos de los «años más calurosos registrados» han ocurrido durante este período posterior a 1998. Es significativo que pocas personas se den cuenta de que esta afirmación no contradice la existencia de la «pausa». Después de todo, si la anomalía de la temperatura (es decir, la diferencia de la temperatura de cada año respecto a la media de treinta años) hubiera permanecido después de 1998 a los mismos niveles de ese año sin aumentar nada, ¡entonces todos los años siguientes habrían sido los años más calurosos registrados!
En realidad, un ciudadano perspicaz no necesita los detalles de la ciencia para ver que hay algo profundamente equivocado en este asunto.
Este ciudadano observaría que todas las recetas políticas que pretenden tratar el calentamiento global son muy anteriores a su asociación al calentamiento global. Políticas muy similares de control del sector de la energía y de eliminación del carbón ya fueron propuestas tiempo atrás para hacer frente al alarmismo anterior sobre la lluvia ácida y el enfriamiento global.
Este ciudadano perspicaz también se preguntaría por qué las recetas políticas inevitablemente enfatizan el masivo intento de prevenir el aumento de sólo uno de los muchos factores asociados con el calentamiento (a saber, los niveles de CO2). ¿Por qué los promotores del alarmismo no prestan una atención comparable a la idea de adaptarse, que generalmente sería más barata, más flexible y es algo que los seres humanos hacemos especialmente bien? Después de todo, podemos vivir en todo tipo de regiones, desde el Ártico hasta el ecuador.
Si este ciudadano fuera bueno en aritmética, también se daría cuenta de que ninguna de las políticas propuestas tendría un impacto significativo en el clima, independientemente de lo que uno crea sobre la física subyacente. Más bien, se exige que hagamos sacrificios puramente simbólicos como una forma de señalización de virtudes.
Si este ciudadano perspicaz también estuviera familiarizado con la naturaleza de la ciencia, reconocería que casi toda la supuesta evidencia masiva que se alega en pro del alarmismo no lo es en sentido científico. Después de todo, la evidencia científica debe ser algo que ha sido predicho sin ambigüedades, y no simplemente algo que sea dañino u objetable. De hecho, algunas de las llamadas pruebas son lo contrario de lo que predice la Física. Este ciudadano también notaría que la «certeza» no es una característica de la ciencia. Por el contrario, la ciencia enfatiza la investigación escéptica. Esto es especialmente cierto en el caso de temas complejos e inmaduros como el clima, y sin embargo los promotores de este tema insisten en que conocen con certeza la causa del cambio climático y que el mecanismo de control de esta causa es un gas, el CO2, que también resulta ser esencial para la vida.
Sin embargo, todo lo anterior es coherente con el hecho de que se trata de una cuestión política. Los detalles de la política pueden variar un poco de un lugar a otro. En los Estados Unidos, el clima es en gran medida un tema de enfrentamiento partidista. La izquierda apoya “la lucha contra el cambio climático” porque cree en aumentar el poder del Estado; la derecha tiende a ser escéptica porque cree en la libertad individual. En Europa, la cuestión parece estar relacionada con el conflicto entre la concentración de poder y la soberanía. En ambas regiones, la alarma climática se ha convertido en un componente central de la «corrección política», y el temor de violar la corrección política parece ser particularmente fuerte entre las llamadas «élites educadas».
La supuesta «crisis climática» no es una cuestión científica, a pesar de los inmensos intentos de invocar la supuesta «autoridad» de la ciencia. Preocuparse por las supuestas implicaciones de las fluctuaciones observadas, inconmensurablemente pequeñas y cuestionables, en los cambios de la temperatura media de la superficie del planeta es sencillamente una distracción, y discutir sobre ello equivale a aceptar una narrativa falsa. Pero vale la pena señalar lo que la ciencia nos dice. Nada en los registros de hoy sugiere que esté sucediendo algo sin precedentes. Incluso el Grupo de Trabajo 1 del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas (que es la única parte del IPCC que se ocupa de la ciencia) reconoce que cosas como las sequías, los huracanes, las inundaciones, etc. no muestran tendencias perceptibles. Sin duda, a lo largo de un registro instrumental relativamente breve, habrá variables que tenderán a subir y bajar un poco, pero nada de esto es inusual ni obviamente relacionado con el aumento del CO2. La base de la preocupación es simplemente que los modelos (que generalmente no funcionan) sugieren que un problema es «concebible». Se trata de una base extraordinariamente débil para socavar nuestra sociedad, destruir el sector energético encareciendo la electricidad, impedir el desarrollo de las zonas más pobres del mundo, malgastar trillones de euros y promover el miedo y la histeria.
© Richard S. Lindzen
Catedrático Emérito de Ciencias Atmosféricas del Massachusetts Institute of Technology (1983-2013)